Desde los
países centrales, llega una nueva tendencia: el freeganismo. “Anticonsumistas”,
recolectan comida de la basura para sobrevivir.
Los freeganos
están de moda. Van a programas de televisión, los llaman de las radios,
aparecen en diarios y revistas. Cuando se les pide una entrevista presencial,
hay que esperar un turno. El primer paso para contactarlos es por mail o alguna
red social -de las que se muestran altamente participativos-, aunque antes de dar
una respuesta, ellos deben consultar su agenda (digital). Sin embargo, para
eso, habrá que esperar a que se haga el horario de encendido de la computadora.
Por suerte, no es tanto el tiempo de demora. En estos tiempos no se puede estar
fuera de Internet por mucho rato, ni siquiera para los autoproclamados “antisistema”.
Si la entrevista se pretende telefónica no es un paso más sencillo: algunos, directamente, no usan teléfono. No sólo móvil, ya que creen que es una atrocidad tecnológica, que puede traer enfermedades o hacernos más propensos a contraerlas. Algunos, incluso, ni siquiera usan teléfono de línea.
Pero entre
tanto tiempo destinado a recolectar comida, plantar árboles, dar cursos de
alimentación viva (sólo con ingredientes crudos), organizar y participar en ferias
de intercambio de objetos varios, ellos parecen llevar adelante una cruzada mediática
para promover este movimiento.
El 6 de junio,
ante la mirada espantada de Pamela David, conductora de Desayuno americano (el
programa matinal de América), tres de ellos contaban cómo recogían comida de la
basura. Se trata, por supuesto, de la parte más morbosa del asunto. Aunque las
características de estos grupos no se agotan allí.
“El
freeganismo lo que procura es generar estrategias para liberarse del sistema: dejar
de movernos por necesidades y empezar a hacerlo desde nuestras aspiraciones naturales.
En otras palabras, no necesitar vender nuestro tiempo por dinero. Hacer la
huerta propia, cosechar comida de los árboles, reciclar ropa, aprender a hacer
las cosas uno mismo y recuperar alimentos tirados, descartados, por el sistema,
como por ejemplo de los supermercados”, explica Ariel Rodríguez Bosio, el freegano
más conocido, y creador de Arco Iris Universal, una organización sin fines de
lucro que, entro otros objetivos, se propone la difusión pública de la
alimentación viva, la ecología, el veganismo, la economía viva, la salud
natural y la autosustentabilidad (El listado completo se encuentra en
www.arcoirisuniversal.org).
Freeganos es
una palabra compuesta por otras dos. “Free”, que en inglés significa libre (ya
que quieren vivir fuera del sistema) y “vegano” (definida por sus adeptos como “una
filosofía de vida”, una alimentación vegetariana pura sin ningún derivado
animal: sin carne ni lácteos ni huevo ni miel).
Los orígenes
no quedan del todo claros. Algunos dicen que nació en Inglaterra, mientras que
otros aseguran que surgió en Estados Unidos. Sí hay coincidencias en que
sucedió en el “Primer Mundo”. Y todo parece indicar que fue a fines de la
década de los noventa, junto a los movimientos antiglobalización -que cuentan
con una alta participación de ecologistas- que se opusieron al pensamiento
único neoliberal con una fuerte crítica al capitalismo y que se conocieron a nivel
mundial a partir de las movilizaciones contra la Organización Mundial del
Comercio (OMC) que hicieron en Seattle, Estados Unidos, a fines de 1999.
El supuesto
primer freegano sería Mark Boyle, un irlandés que estudió Ciencias Empresariales.
Trabajó unos años en Bristol en una empresa de productos orgánicos, hasta que
-inspirado en las enseñanzas de Mahatma Gandhi- decidió que viviría sin dinero.
En noviembre de 2008, se mudó a una casa rodante en las afueras de Bath, al -Sureste
de Inglaterra y empezó a buscar comida para alimentarse. Después, contó su
experiencia en el libro “El hombre sin dinero” (The Moneyless Man). Con las
ganancias de la venta del libro, Boyle piensa comprar tierras para construir la
“Freeconomy Community” (Comunidad Libre de Comercio), en la que la gente podrá
experimentar el “vivir sin plata”.
Preguntas y antecedentes
A mediados de
2011, en su informe “Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo”, la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO
por sus siglas en inglés) indica que cerca de un tercio de los alimentos que se
producen cada año en el mundo para el consumo humano se pierden o desperdician.
Unos 1.300
millones de toneladas de comida se pierden o desperdician. Al mismo tiempo, 900
millones de personas en el mundo tienen hambre e, incluso, cuarenta mil mueren
por desnutrición cada día.
“Con la cuarta
parte de lo que se desperdicia, se podría alimentar a todos los que no tienen
qué comer”, señaló Robert van Otterdijk, jefe de equipo de Save Food, una iniciativa
mundial sobre la reducción de las pérdidas y el desperdicio de alimentos.
En ese
contexto, el sociólogo Matías Bruera, especialista en temas de alimentación y
autor del libro La Argentina fermentada, considera que la recolección de cosas de
la basura para reutilizarlas (entre ellas, comida para consumir) “son acciones
que imprimen una especie de reflexión sobre la sociedad en la que vivimos, en
la que el consumo es clave, ya que las sociedades poscapitalistas y
posindustriales se han transformado en sociedades de consumo”.
De todos
modos, Bruera explica que ésta no es una modalidad nueva: “La pobreza voluntaria
fue durante siglos un modo de resistencia: es lo que hizo San Francisco de Asís”.
Hijo de un próspero comerciante de telas en la Umbría de finales del siglo XII,
el santo italiano decidió vivir en la más estricta pobreza y bajo un riguroso
ascetismo y observancia de los Evangelios. “Hoy, en un mundo mediatizado,
globalizado, en el que la información circula de una manera diferente, me
parece que es una intención válida, pero insuficiente. Es un llamado de atención,
un gesto político claramente de rechazo a cierta instancia del capitalismo que
llegó a un nivel terrible”, señala el sociólogo.
Sin embargo,
advierte: “De trasfondo hay una crítica interesante pero, si no se expresa en
algún punto políticamente, queda en un gesto clasemediero”.
Pero es
momento de hacerse una de las preguntas clave: ¿qué lleva a una persona a buscar
la comida en la basura? El hambre, dirán algunos. La necesidad, responderán otros.
La urgencia, la locura o la desesperanza, creerían unos en un tercer grupo.
Los freeganos
entrevistados por Debate acumulan respuestas: “Lo hago porque el mundo se lo
merece”; “Ni mi vida es más importante que hacer el bien. Entonces, eso es lo
que yo hago: el bien”; “Por respeto a ese alimento sano que se tira a la basura”;
“Por respeto a la gente que literalmente no tiene para comer porque todo está
mal distribuido y algunos (muchos, demasiados) hacen derroche”; “Por respeto al
planeta, que no es nuestra máquina de elaborar comida personal”.
Desde su
mirada sociológica, Bruera recuerda que, en la Argentina, la búsqueda de comida
en la basura tiene resonancias muy particulares. “Hay gente a la que le cuesta comer
todos los días, además de que tenemos la experiencia de 2001. Entonces, hay una
especie de competencia entre clases, unos lo hacen por un gesto político,
cultural, que me parece muy reivindicable, y otros por supervivencia”,
distingue.
La
psicoanalista Gabriela Insua es supervisora del Centro Dos, una asociación civil
que brinda asistencia psicoterapéutica con orientación psicoanalítica a más de 3.500
pacientes por mes. Autora del libro No patologizar la adolescencia, sostiene que
el freeganismo es una búsqueda atravesada por una paradoja: “Mientras los cartoneros
buscan por necesidad, para los freeganos la necesidad pasa por ir contra el
sistema y denunciarlo. Eso sí, de una manera extrema”.
Además, Insua
considera que los freeganos tienen muchas razones para seguir ese -camino, ya
que “el sistema es absolutamente negador de lo que está pasando con el medio
ambiente y la sociedad de consumo”.
En ese
sentido, afirma que no se puede dejar de observar lo que sucede en los países centrales,
en los que el movimiento hoy tiene la mayor cantidad de seguidores, aunque ya se
haya expandido por todo el mundo. “Se trata de sociedades que son muy poco
proclives a escuchar estas cuestiones porque están sostenidas por un
capitalismo que, obviamente, no puede alojar esto”, resume.
Por otra
parte, la especialista observa que, desde el psicoanálisis, no se considera al
freeganismo como una patología. Pero advierte: “Cuando una idea es llevada al extremo
y se cree que se trata de una verdad única, ahí se roza lo patológico”.
Desde una
perspectiva alimentaria, Edgardo Ridner, presidente de la Sociedad Argentina de
Nutrición (SAN), señala que el freeganismo “cae dentro de los trastornos de la
conducta alimentaria y, como tal, lejos de verlo como una rareza de algunas
personas exóticas, debemos considerarlo una enfermedad”. Bajo esta mirada,
entraría en la misma categoría que la bulimia, la anorexia y el comedor nocturno.
Ridner fundamenta su postura desde la concepción de que el alimento debe ser un
vehículo de nutrientes y no de enfermedades. Por tanto, comer comida en mal
estado sería el comportamiento opuesto a la recomendación universal sobre la
seguridad alimentaria. “La higiene puede ayudar a prevenir, pero no todo se
puede lavar bajo un chorro de agua. Hay toxinas que no se lavan con el agua,
porque fermentan en el interior del vegetal”, concluye.
Hegemonía
Los freeganos tienen un vínculo muy fuerte con la
cuestión tecnológica: pasan muchas horas en Internet y hacen uso de las redes sociales.
En ese sentido, el sociólogo Matías Bruera considera que no se trata de un
gesto en sí “criticable”, pero advierte con respecto a cierta ingenuidad de
pensar que esas instancias nuevas “democratizan” la comunicación. “En todo
caso, las redes sociales contribuyen al acceso a la información, pero no
democratizan. En general, los medios hegemónicos monopolizan todo el discurso.
Y el discurso primordial sobre la alimentación en la Argentina de estos años,
no ha sido la pobreza voluntaria, sino el mundo gourmet”, afirma.
Publicado en Debate en agosto de 2012.
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