martes, 21 de mayo de 2013

Buscar el sueño entre micrófonos y con cables en la cabeza

Imagen: Rodrigo Néspolo.

Una cronista se sometió a una polisomnografía para descubrir lo que hace cuando duerme.
Desde el jueves sé que no actúo los sueños. Antes, no sabía que los sueños pudieran actuarse. Podría sonar divertido, pero no, parece que es trágico. Hay mujeres que soñaban que ahorcaban a alguien y se despertaron por los gritos del hombre con quien compartían la cama. Desde el jueves sé varias cosas que antes sólo imaginaba.
Siempre quise saber qué hacemos cuando dormimos. ¿Nos movemos? ¿Babeamos? ¿Roncamos? ¿Damos patadas a la nada? ¿Hablamos? ¿Gritamos? ¿Monologamos? Bueno, hay dos formas de saberlo. Una es preguntándole a quien duerme con nosotros. La otra es a través de una polisomnografía: de noche, con el pijama y el cepillo de dientes, a dormir a la clínica. Ahí, médicos especialistas en el sueño registran y analizan los movimientos, las posiciones, el ritmo cardíaco, la respiración y el tono muscular, entre otras variables. Porque lo cierto es que hay más de 120 alteraciones del sueño, entre las que se cuentan el insomnio, la narcolepsia, las apneas y los ronquidos. Y aquí se encargan de encontrarlas.

Antes de salir, pongo en la mochila un pijama decente, el cepillo de dientes, dentífrico, champú, acondicionador, peine. Me falta elegir libro. Estoy entre El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers y Nacidos para correr de Christopher McDougall. A presión, logro que entren los dos. La almohada la dejo en mi casa.
Me encamino al consultorio del Instituto Somnos en Barrio Norte, un edificio antiguo e impecable, con paredes blancas, parquet plastificado, cuadros, plantas y una mesita con revistas. Me dan un instructivo y un formulario para llenar. Bañarse, sacarse el esmalte de uñas y nada de cremas son algunos de los requisitos. De momento, pocas instrucciones: no se puede dormir como Marilyn. El folleto dice expresamente que no se hará el estudio a quienes no lleven pijama o camisón. Tengo el último turno, el de las 23 horas. Sé que hay otras tres personas ahí, cada una en una habitación, que llegaron antes que yo y ya están acostadas. Me recibe un hombre que me da otro cuestionario. Quieren saber si hoy dormí siesta, la hora de la última cena, si ingerí mate, té o café en el día, cuántas horas duermo habitualmente, si me quedo dormida conversando con otra persona y si estoy triste. No, no estoy triste.
Mientras espero a que la técnica en neurofisiología termine de "preparar" al paciente anterior, termino de completar el segundo formulario.Después me hacen entrar al lado B del consultorio. Hay un pasillo, tres puertas cerradas y, detrás de cada una, los otros pacientes que ya deben estar durmiendo para que les estudien el sueño. Al final del corredor, veo una sala amplia con algunas computadoras.
Trinidad, la técnica, me da la bienvenida. Le entrego los dos formularios completos y ella me lleva a mi habitación. Ahí, me espera una cama de dos plazas; las sábanas son de colores claros, todo en tonos pastel. Por un segundo, pienso que en este lugar falta un televisor y sobra un tubo de oxígeno. Si no fuera por esos detalles, podría ser el cuarto de algún hotel. Me dejan sola y me pongo el pijama. Después Trinidad se acerca a prepararme. Primero, me pega cuatro sensores en la cabeza. Sirven para medir la actividad eléctrica cerebral. Siento el olor a acetona y me inquieto. Ella me explica que es el pegamento: la misma sustancia que los actores usan para sujetarse los bigotes postizos.
Una vez acostada, me ponen más cables: uno es para medir la actividad cardíaca, otro para la respiración y hasta un micrófono para escuchar si ronco. Además, una cámara me va a filmar. Me siento en Gran Hermano . Le pregunto a Trinidad cómo se llama el pegamento y dice que es colodión, pero diluido. Sigo con algunas preguntas más. Si los celulares hay que apagarlos para que no hagan interferencia so por el tema del sonido. Si se queda muchas noches a dormir acá. Si alguna vez le pasó de querer irse en mitad de la noche. Y varias cosas más que ella responde casi con monosílabos.
- ¿Y cómo me despierto?- pregunto por último, antes de que se vaya.
- Cuando sea el momento, yo voy a entrar en la habitación.
Me quedo sola con el libro de Curson McCullers. Intento leer sin mucha concentración hasta que Trinidad vuelve y me dice que es hora de dormir. Lo dice con su tono de voz suave y apaga la luz.
Me quedo en silencio, todo está oscuro a mi alrededor. El tiempo parece no pasar. Luego sabré que durante 31 minutos y 50 segundos no logré dormirme. Un poco nerviosa, supongo, por lo extraño del lugar y la circunstancia. La neuróloga Mirta Averbuch, directora del instituto, me dirá después que en realidad lo mío es bastante normal. Que el estándar es hasta 30 minutos, pero los insomnes tardan muchísimo más. Claro que nada de eso puedo imaginarme ahora, cuando sigo tratando (inútilmente) de conciliar el sueño. Aunque lo logro, me despierto de repente y sin ningún motivo en algún momento de la noche. Trinidad entra a la habitación enseguida. Sabe que me desperté porque lo ve en el registro. Entonces me dice que me dé vuelta hacia la derecha, para analizar distintas posiciones. Parece que no puedo dormir boca arriba, y que quizá lo consiga en la nueva posición. ¿Qué harán los otros pacientes? ¿Se habrán dormido? ¿Se preguntarán ellos qué estoy haciendo yo? Me vuelve a resultar complicado relajarme. Escucho el tránsito a través de las ventanas. Intento probar con la respiración de las clases de yoga pero no, no sirve. En realidad, los cables no son tan incómodos, lo que más me molesta es el aparato para medir el oxígeno. Me aprieta demasiado el dedo. Me lo quiero sacar, pero aguanto. No sé cuánto tiempo pasa hasta que al fin me duermo.
Cuando vuelvo a despertar, hay luz. Ya es de día. Escucho pasos del otro lado de la puerta y, por fin, aparece Trinidad con una sonrisa y la paciencia que la caracteriza. Dice "buenos días" y empieza a desconectarme los cables con mucha tranquilidad. Miro el reloj; son las seis y media de la mañana. Tomo una ducha, me cambio y lleno el último formulario con lo que, creo, pasó durante la noche.
Unos días después, busco los resultados: no tengo epilepsia, respiro bien, no ronco, no pateo, no soy insomne, no tengo narcolepsia, no soy sonámbula, no tengo terrores nocturnos. Y, aunque nunca sepa cuál era el tema ni de qué trataban esas imágenes, el informe de la médica asegura que soñé.

Cuándo conviene hacerse una polisomnografía
Según el Instituto Somnos, el estudio se justifica cuando hay apneas, movimientos de piernas, narcolepsia, sonambulismo o sueños violentos. Para saber más, ingresar en www.somnos.com.ar.

Publicado en el suplemento Sábado de La Nación en enero de 2013.
Link a la nota.

1 comentario:

Ø dijo...

Gran crónica. :)