En la Argentina, se desechan 120 mil toneladas de residuos tecnológicos por año, y la tendencia va en aumento, sin que todavía haya una normativa que legisle esta cuestión.
En casi todas las casas, hay algún aparato electrónico que tiene más de veinte años: puede ser la heladera, la vieja tevé catorce pulgadas de la cocina, algún teléfono de Entel -que se haya salvado del reemplazo por un inalámbrico- o la radio con que la abuela escucha AM. Si antes las heladeras se diseñaban para que duraran treinta años, hoy se producen para que su vida útil sólo sea de quince. Es la dinámica de la sociedad de consumo que, acelerada, termina produciendo miles y miles de toneladas de chatarra electrónica. “¿Qué hacer con esa chatarra electrónica?” es una pregunta que se repite mucho menos de lo que debería.
“Ningún electrodoméstico que compremos hoy va a durar más de quince años”, cuenta el biólogo y director de la recicladora E-Scarp, Gustavo Fernández Protomastro, y explica que no es una casualidad: responde a una decisión de las empresas productoras. “Se trata de la obsolescencia programada. Es decir, que los artefactos se diseñan y se producen con un tiempo corto de durabilidad”, complementa la directora política de Greenpeace Argentina, Eugenia Testa, quien explica que esto se acentúa con otro tipo de obsolescencia: la percibida, que tiene que ver con la moda.
“Las compañías sacan al mercado una computadora un año y, al siguiente, le cambian todo el diseño, o le agregan alguna aplicación, así se ‘percibe’ que al artículo que uno tiene es ‘viejo’ o está pasado de moda”, agrega. Es una analogía con lo que sucede en el mundo fashion: una temporada se usan los pantalones Oxford y, a la siguiente, los chupines. La gente, entonces, al querer un modelo nuevo, descarta al anterior y el viejo se va a la basura, aunque todavía funcione.
Hasta no hace mucho, para comunicarse con algún pariente que viviera del otro lado del Atlántico, escribía una carta que tardaba una semana en llegar y había que esperar al menos otros siete días para leer la respuesta. Que con un “clic”, pantalla de por medio, podamos ver a una persona que en cualquier parte del planeta hace que lo dicho parezca de tiempos prehistóricos. Y si bien, como en estos casos, el desarrollo técnico sirvió, y mucho, trajo aparejados distintos problemas. En comparación con el resto de la historia de la humanidad, la innovación y el desarrollo tecnológicos crecieron de manera exponencial en la última década. Esto hace que tecnologías que, antes eran mucho más caras y exclusivas (como por ejemplo los equipos de aire acondicionado), hoy sean de consumo masivo.
“En otros tiempos, en una casa había una máquina de escribir y un equipo de audio para toda la familia, hoy se cuentan microondas, consolas de juegos (Play Station, Xbox, Wii), mp3, DVD, plasmas: en promedio, se pasó de tener diez aparatos entre eléctricos y electrónicos a más de cuarenta por hogar”, analiza Fernández Protomastro.
El mayor problema, para la experta de Greenpeace, es que “todos los aparatos electrónicos tienen compuestos muy tóxicos”, comenta. Estos elementos pueden llegar a producir enfermedades como el cáncer: por ejemplo, un celular puede tener entre 500 y 1.000 compuestos. De acuerdo con el informe de Greenpeace “El lado tóxico de la telefonía móvil” entre los más contaminantes están: el plomo, el cadmio, el mercurio y el níquel.
Como dice Fernández Protomastro: “Que se mezcle un celular con el resto de la basura domiciliaria no es un problema, pero que se tiren 13 millones de teléfonos móviles es uno grande”.
Según los datos de la Cámara Argentina de Máquinas de Oficina, Comerciales y Afines (Camoca), en 2011 se habrían desechado alrededor de 14 millones de celulares. Consultadas al respecto, ninguna de las tres prestadoras de telefonía móvil del país (Claro, Movistar y Personal) contestaron a Debate cuántos teléfonos móviles fueron descartados en el mercado local. (Ver recuadro “Las compañías…”).
Números que hablan
En la Argentina, sólo el 1 por ciento del total de la basura domiciliaria que se saca a la calle corresponde a residuos tecnológicos (computadoras, impresoras, cartuchos, etcétera). Aunque el índice parezca bajo, en 2011 se produjeron 120 mil toneladas de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), lo que equivale al peso de 60 mil hipopótamos.
A ese 1 por ciento hay que sumarle los artefactos que no se usan, pero que todavía no se tiraron a la basura. Por ejemplo, en muchas oficinas, especialmente las gubernamentales (por la burocracia es más difícil desprenderse de insumos propiedad del Estado) tienen guardadas grandes cantidades de equipos. Además, ¿en qué casa no hay un monitor o impresora viejos, o un celular olvidado en un cajón? “La gente no los tira a la basura porque reconoce que hay un potencial de contaminación en cada uno de esos aparatos”, cuenta Testa.
El gerente de Camoca, Carlos Scimone, explica que hay una diferencia entre los RAEE y los artefactos en desuso: “Una computadora pasa a ser un residuo tecnológico cuando se toma la decisión (una persona que se compró una nueva o una compañía que recambió las PC), de deshacerse de ella: los RAEE ya son basura”. Según Camoca, al cierre de 2011 había en uso en la Argentina 16 millones de computadoras (incluyendo las PC de escritorio, notebooks, netbooks y tablets). La estimación de descarte para 2011 era de 1,2 millones de aparatos y si bien todavía no hay números definitivos, la cámara adelantó que esa cantidad será superada.
Se sabe, la mayor cantidad de basura electrónica se concentra en las grandes ciudades. Mientras que en la provincia de Chaco no se llega a tres kilos por habitante por año, en Buenos Aires o La Plata se desechan entre siete y ocho kilos en el mismo lapso. “En las grandes urbes, la gente usa computadoras tanto en la casa como en la oficina, además de tener poder adquisitivo para consumir tecnología. Una persona de bajos recursos no utiliza ni tantas pilas ni tantas lamparitas ni tantos electrodomésticos”, cuenta Fernández Protomastro.
En el mercado loca, sólo se recicla entre un 2 y un 5 por ciento de esos residuos. El porcentaje no queda claro. “No se puede saber si el año pasado o éste se tiró más o menos basura. Ése es uno de los problemas, al no haber un sistema diferenciado de gestión de este tipo de residuos, lo que se hace son estimaciones proyecciones y proyecciones a futuro”, aclara Testa. Y, sin embargo, el índice es ínfimo comparado con, por ejemplo, el de Alemania, donde se llega el reciclado del 70 por ciento de los aparatos electrónicos.
“En Europa, China y Japón hay mucha investigación y desarrollo puestos al servicio del reciclado. Por ejemplo, en Suiza existen unos hornos enormes, en los que entran heladeras y, después de una serie de procesos, se recuperan metales”, cuenta, como si se tratara de de un futuro lejano, María Carolina Anino, ex directora ejecutiva de la Fundación Equidad, pionera en este tipo de reciclaje. “Lo que no se recicla, que es la mayor parte de los RAEE, en el mejor de los casos, va a rellenos sanitarios y, en el peor, a basurales de cielo abierto, que es el sistema de disposición de residuos que tiene la mayor parte del país”, cuenta Testa.
Asignatura pendiente
En la Argentina todavía no hay una legislación que rija sobre este tema. Sin embargo, el proyecto de ley de gestión de aparatos eléctricos y electrónicos logró, en mayo de 2011, media sanción de la Cámara de Senadores. El texto incorpora el concepto de responsabilidad extendida del productor (REP): ahora, las empresas se ocupan de sus artículos hasta el momento de la venta. De aprobarse, también serán responsables del posconsumo. O sea que el fabricante se tendrá que hacerse cargo de la disposición final de las materias primas que haya utilizado.
Una vez que se implemente la ley, la industria pagará una tasa por cada artículo vendido: este canon será mayor cuanto mayor sea el nivel de toxicidad de los compuestos utilizados.
Las fuentes consultadas coincidieron en destacar que, en la elaboración del proyecto de ley, participaron todos los actores involucrados en el tema, desde las cámaras que agrupan a las distintas empresas del sector, como a las recicladoras, a organizaciones como Greenpeace y María de las Cárceles (realiza trabajo de reciclaje de aparatos electrónicos con presos en diferentes unidades carcelarias), la Secretaría de Ambiente de la Nación, y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (Inti).
En la práctica, la implementación de esta normativa cambiaría también el modelo de consumo desde una perspectiva individual: las personas van a llevar sus aparatos viejos al momento de comprar uno nuevo. Fernández Protomastro lo explica así: “Va a funcionar como el modelo del envase de cerveza: si llevás la botella de vidrio sale diez pesos; sino cobran trece. Con los celulares va a ser igual: si el consumidor quiere pagar 700 pesos en vez de 800, va a tener que llevar el teléfono usado en el momento de la compra”.
“Con la ley se crearía un ente mixto entre el Estado y las empresas”
El senador nacional por el Frente para la Victoria, Daniel Filmus, quien es el autor del proyecto de ley sobre gestión de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos, cuenta detalles del texto parlamentario.
A nivel ambiental, ¿cuál es la importancia de que se apruebe la ley sobre gestión de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos?
En primer lugar, incentivaría la utilización de materias primas renovables, lo que traería aparejado el ahorro de muchísimas materias primas no renovables. Por ejemplo, el petróleo, ya que no hay otro tipo de combustible que se utilice para hacer plástico. Además, bajaría notablemente la cantidad de toneladas de residuos que la Argentina entierra todos los años. También, ayudaría muchísimo al medio ambiente porque, como en el caso de las pilas, no hay un sistema de reciclado en nuestro país y terminan en los basurales y, como se sabe, son altamente contamines. Además, como el canon que tienen que pagar los productores son más abultados en cuanto más residuos tóxicos contengan los aparatos, la aplicación de la ley incentivaría la baja utilización de este tipo de compuestos. Promovería una producción más “verde”: ecológica.
¿Se tomó algún modelo de otros países para elaborar la ley?
La parte del anexo, donde están listados todos los productos que se consideran eléctricos y electrónicos, está copiada vis a vis del de la Comunidad Europea. Además, nosotros hicimos varias jornadas de discusión, en las que invitamos a expositores de distintos países para que expusieran cómo funciona el sistema en sus respectivas naciones. En España, que es el caso más cercano, el reciclado depende sólo del Estado.
Y en el caso argentino, ¿cómo sería a partir de la aplicación de la ley?
El proyecto nuestro es bastante original porque crea un ente mixto entre el Estado y las empresas. No es exclusivamente el Estado el que se hace cargo, sino que hay una participación muy importante en la conducción del ente regulador de todas las cámaras. La conducción de este organismo es la que va a determinar el canon que deberán pagar las empresas, con la idea de poner tasas mucho menores a aquellas compañías que hagan más esfuerzo en colocar una mayor proporción de productos reciclables.
¿Usted piensa que este año tiene chances de aprobarse esta ley?
Sí. Había, al menos en la composición anterior de la cámara de diputados (N. de la R.: un tercio de los senadores se renovó en diciembre último), un nivel muy alto de consenso, porque, en realidad, es un proyecto que responde a los cánones internacionales.
Lugares para depositar los artículos que ya no usamos
Dónde Reciclo es una asociación civil que tiene como objetivo fomentar y facilitar la separación de los residuos domiciliarios, de todo tipo, incluyendo los eléctricos y electrónicos. Uno de sus fundadores, Rodrigo Castro Volpe, cuenta a Debate que el proyecto comenzó en agosto de 2010. La original propuesta consiste en difundir puntos de reciclaje para los diferentes compuestos, empezaron publicando con 500 puntos y hoy ya tienen más de dos mil. La gente propone los lugares, ellos chequean que el sitio funcione y, luego, lo publican. Este es el listado para llevar los aparatos electrónicos en desuso.
Llamada perdida
Los teléfonos móviles tienen una de las tasas más altas de descarte (se estima que en 2011 se desecharon 14 millones de equipos). Este reciclaje se considera autosustentable. Según lo explica el senador Daniel Filmus, “por los materiales que tienen los teléfonos móviles, que incluso llevan oro y plata, el costo del ahorro en materias primas permite recuperar la inversión hecha en el reciclado”. Sin embargo, ninguna de las compañías de telefonía móvil del país parece estar muy interesada en reciclar o, al menos, en comunicar sus estrategias de reuso.
“Hasta tanto no esté sancionada la ley, no haremos declaraciones sobre este tema.”, respondieron desde Claro. Por su parte, Personal (del grupo Telecom) contestó, en parte y por mail, las preguntas de Debate: informaron que cuentan con un programa de recolección de baterías en desuso en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires, “a través de un circuito de urnas contenedoras presentes en distintas oficinas comerciales”. Agregaron que, luego, las baterías se exportan a Bélgica para “su reciclado y tratamiento”. Para saber en dónde los usuarios pueden dejar las baterías, Telecom envió el siguiente link: http://www.personal.com.ar/concienciacelular/popup_conciencia.html. Como esa dirección no existe, se les preguntó por el sitio correcto, pero no volvieron a responder.
Desde su página Web, Movistar informa que su “filosofía” para con el medio ambiente es cuidarlo con “acciones concretas, ya que, como no tenemos otro planeta”, explica la compañía, “debemos cuidar éste más que nunca”. Luego, ponen en conocimiento su programa de recolección de baterías y equipos en desuso, que incluye más de ochenta buzones en sus oficinas comerciales, sin brindar mayores precisiones.
Publicado en Debate en enero de 2012.
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