El hombre sale del teatro Tornavía en el campus Miguelete de
la Unsam. Afuera ya no llueve. Es uno de las 150 personas que abarrotaron la
sala para ver al físico italiano Carlo Rovelli. Sonríe.
—Yo creía que de Física no sabía nada, pero a este tipo le
entendí todo.
El amigo también sonríe.
***
Dos días después, en el enorme Centro de Arte Experimental
de la Unsam, el italiano estira una soga.
Al igual que en la charla del lunes y en la entrega del
honoris causa del martes, hoy, miércoles a la tarde, Rovelli viste otra vez un
pantalón oscuro, y remera y saco negros. La excepción fue la entrevista en el
hotel, cuando prefirió las sandalias a los zapatos y prescindió del abrigo. Con
anteojos y pelo revuelto, Rovelli encaja perfecto en el estereotipo de
científico genio, aunque a él le guste aclarar que, como al resto de las
personas, sus colegas son todos distintos.
Explica que, como para muchas otras cosas, del tiempo existe
una concepción occidental –de la que él hablará– y otra oriental. Para el
hinduismo, con su danza, la diosa Shiva hace que el tiempo avance y que el
mundo exista.
En unos minutos, de la soga colgará una tela, la sostendrá
con broches y unos hilos. Y con estos elementos domésticos explicará qué es el
tiempo. Dice, lo desarrollará en cuatro capítulos.
La exposición que está por comenzar es parte de “Narrativas
de lo real” –ciclo de encuentros que se propone un diálogo experimental entre
la literatura y otros ámbitos de conocimiento– organizado por el programa
Lectura Mundi. En la presentación de esta quinta edición, el sociólogo y
director de Lectura Mundi Mario Greco y el escritor italiano Bruno Arpaia
proponen pensar sobre los límites entre ciencia y arte, que cierran con una
cita de Primo Levi: “La distinción entre el arte, la filosofía y la ciencia no
la conocía Empédocles, Dante, Leonardo, Galileo, Descartes, Goethe, Einstein o
los anónimos constructores de las catedrales góticas, ni Miguel Ángel, ni la
saben los buenos artesanos de hoy, ni los indecisos físicos en límite de lo
conocible”.
Capítulo 1. En la
soga, Rovelli pone unos broches. Cada broche es un momento; hoy: uno, hace diez
minutos: otro, ayer; un tercero, cuando fuimos niños: el cuarto. Después camina
hacia su derecha y coloca los broches de futuro: mañana, el mes que viene,
cuando seamos viejos, cuando ya no estemos en este mundo. Allá adelante: cuando
ya no estemos.
—Este transcurrir es la forma más simple de representar el
tiempo.
El mundo es una línea sobre la que suceden los
acontecimientos, hay un presente, un pasado y un futuro bien definidos.
Para esta concepción lineal –la que desarrolló el científico
y alquimista inglés Isaac Newton– “el tiempo es el fluir dentro del cual
vivimos”.
Capítulo 2. Pero
luego vino el físico alemán Albert Einstein y demostró que no era así, que el
tiempo no era una línea. Rovelli cuelga un reloj de la soga: casi tocando el
piso, y se queda otro en la mano. Si fueran de alta precisión, dice, no
marcarían la misma hora. En el de abajo, el tiempo pasa más lento.
Y da un ejemplo: Hay dos gemelos, uno vive en la montaña y
el otro en el valle. El de la montaña envejece más rápido. La pantalla se
prende y muestra a un pitufo en la costa y a papá pitufo con su barba de
anciano arriba de la montaña. El silencio se transforma en risas.
—Esto no es una teoría, es un hecho —aclara Rovelli.
Pero ¿cómo? El tiempo no puede ser una línea porque los
relojes no van todos juntos. La teoría de la relatividad general lo explica: el
tiempo es una superficie.
Y, ahora, Rovelli cuelga de la soga una tela blanca.
—El tiempo es esa tela, que los científicos llaman
espacio-tiempo. Como dijo Einstein, esta tela (el espacio-tiempo) es curva. Y
además, en algunos lugares, el espacio-tiempo se puede agujerear, son los
agujeros negros, donde el tiempo pasa rapidísimo, en sus bordes el tiempo no
pasa, mientras que afuera pasan millones de años luz.
Además, el arriba y abajo sólo existen en la Tierra.
—Imagínense a un astronauta que, mientras flota en el
espacio, le pide a un compañero la caja de herramientas: esas indicaciones
terrenales pierden sentido.
Capítulo 3. De
cerca, vemos la trama de la tela, el espacio mínimo entre los hilos. La teoría
de la relatividad general –que postula un espacio continuo– sirve para explicar
el universo; pero a pequeña escala, pasan otras cosas: el tiempo se agita (a
escala extremadamente pequeña, lo que se llama longitud de Planck).
Esto, que parece ciencia ficción o magia, Rovelli lo explica
con un péndulo. Dice que todo péndulo es un reloj, cita a Galileo Galilei, que
fue el primero en hacer esta relación, y hace oscilar el péndulo sobre la tela.
—Nosotros nunca vemos el tiempo: vemos la oscilación, vemos
cómo las cosas cambian.
Nunca veremos el tiempo.
Capítulo 4.
¿Entonces?
Rovelli dice: “El tiempo sólo funciona por aproximación”,
“el tiempo no describe el mundo”, “el tiempo es nuestra ignorancia”, “el tiempo
es uno de los problemas más lindos de la ciencia”.
Para dar una respuesta, propone la hipótesis del tiempo
térmico, según la cual el tiempo tiene que ver con el calor. Aunque, aclara,
todavía queda mucho por investigar.
En veinte minutos, Rovelli dijo que el tiempo era una soga,
que era una tela, que era una sábana agujereada, con partes dobladas y
arrugadas. Y ahora, antes de llegar a su conclusión, vuelve a preguntar: ¿Qué
es el tiempo?
Y contesta: “Aún no lo sabemos”.
Las luces se apagan. La clase terminó. El público aplaude
como si se tratara de una función (¿lo es?).
Quizás lo haya sido. El biólogo, investigador y divulgador
científico Diego Golombek dice que sólo con una soga, unos hilos y un par de
relojes, Rovelli logró explicar conceptos de física, Newton, la cuántica,
Galileo, Einstein y otros personajes. Lo dice como si hubiera sido increíble.
“Il mio vero sogno era di fare il vagabondo, il clochard”
La infancia en Verona a principios de los años sesenta,
dice, fue serena hasta la adolescencia, cuando se empezó a sentir encerrado por
su familia. Sus padres muy inteligentes. Él, ingeniero, dueño de una empresa
pequeña, muy dulce, muy señor, conservador, gentil, racional. Ella, que había
dejado de trabajar cuando se casó, muy llena de pasión.
Rovelli cuenta su vida en el lobby del hotel donde se
hospeda en Buenos Aires. Vino a Argentina invitado por la Unsam, que le hizo
entrega del título de Doctor Honoris Causa. La charla, que también incluye al
traductor –otro italiano del norte– es amena y el científico parece feliz.
Iba a un liceo muy conservador y la escuela no le gustaba
nada. Todos los días, confrontaba con los profesores. Estaba en guerra con toda
la autoridad.
Al final del liceo, se dejó el pelo largo, fumaba marihuana,
peace and love. No quería hacer el servicio militar obligatorio, entonces se
anotó en la universidad de Bolonia. Eligió física, pero podría haber sido
filosofía o leyes, no le gustaba nada.
—Mi sueño verdadero era hacerme vagabundo, viajar —dice,
como si fuera obvio—. Cursé un año y me fui a recorrer el mundo. No sabía si
iba a regresar, pero volví.
Empezó a ocuparse de la política, de política militante. A
fines de los años setenta en Italia había una gran tensión social y muchos
movimientos juveniles de rebelión. Había un espíritu de barricada, pero también
hippy, de cambiar el mundo.
—Yo, como tantos otros, fui parte de aquello.
Se formó un movimiento muy importante de radios libres en
varios puntos del país. Una de las más emblemáticas fue Radio Alice, en
Bolonia, de la que Rovelli participó. Hoy es mítica, incluso en 2004 se hizo un
documental sobre esta emisora que se llamó Lavorare
con lentezza. Se volvieron parte de la historia italiana las filmaciones de
la época, que muestran a los militantes que siguen transmitiendo mientras la
policía rodea el edificio para cerrar la estación.
—Mi novia de entonces se escapó por los techos cuando llegó
la policía —cuenta el físico. Un detalle entre toda la represión que sufrió el
movimiento.
La universidad de Bolonia estaba muy agitada, con asambleas
y debates continuamente, hasta que el 11 de marzo de 1977 la policía mató al
estudiante Francesco Lo Russo. El asesinato radicalizó la protesta y se tomaron
las facultades por un año.
En ese clima de barricada y represión cotidianas, Rovelli
escribió –junto a otros compañeros de militancia– el libro Fatti nostri (“Cosas nuestras”), que contaba la revuelta desde el
punto de vista de los estudiantes.
La policía trató de que no se publicara, pero lograron
imprimirlo de manera clandestina. Casi van a la cárcel por eso.
—Fui acusado de asociación ilícita, apología del delito,
incitación… una larga lista de cargos.
La causa judicial finalmente no pasó de la etapa de
instrucción porque eran todos cargos por delitos de opinión. Después dejó el
activismo porque se dio cuenta de que había fracasado en las ganas de
revolucionar el mundo. Y se enamoró de la física: la ciencia aún tiene la
capacidad de hacer revoluciones en su sector.
—No soy un vagabundo, pero la ciencia me ha hecho viajar
mucho.
El hombre que sufre
En la entrevista, están Rovelli, el traductor Paolo Galassi
–también italiano– y el escritor Bruno Arpaia, que va y viene a fumar, entra y
sale de la conversación. Se quiere llevar a pasear al físico a la librería El
Ateneo.
—Bellissima —dice
para convencerlo. —Una delle più belle
librerie del mondo. —Y avisa que mientras se va a pedir un café en el bar
del hotel.
Las preguntas son en español; las respuestas, en italiano.
Cuando no hay comprensión, el traductor interviene. La charla es serena y todos
participan un poco.
—Leí que para evitar la decrepitud, pensaste en suicidarte.
Y que después dijiste que era más fuerte la curiosidad por el universo. ¿Era un
chiste?
Silencio.
Carlo Rovelli deja de parecer un hombre contento. Cambia la
expresión de la cara y mira al traductor, como si no hubiera entendido. O como
si hubiera entendido perfectamente.
—¿Me dice exactamente qué es? —Es la primera vez en toda la
entrevista que pide la intervención del traductor.
El traductor, traduce. Y, luego, más silencio.
Bucles
Infancia serena, adolescencia rebelde, juventud militante,
adultez académica y ahora: un presente de escritor best seller.
Después de graduarse en física en Bolonia (1981) y de
doctorarse en la Universidad de Padua (1986), siguió su carrera académica:
puestos postdoctorales en Roma, Trieste y en Estados Unidos: Yale y Pittsburgh.
En la actualidad da clases en Francia, en la Universidad de Aix-Marsella, en el
Centre de Physique Théorique, de Marsella. Además es profesor adjunto en el
Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de
Pittsburgh.
Pero ¿por qué es tan importante a nivel científico? Porque
es uno de los fundadores de la teoría de la “gravedad cuántica de bucles”. Para
entender esto, con nombre entre extraño y gracioso, hay que saber que durante
el siglo XX se produjeron dos grandes descubrimientos para la humanidad: la
relatividad general y la mecánica cuántica. Para la primera, el mundo es un
espacio curvo donde todo es continuo; mientras que para la segunda, el mundo es
un espacio plano en el que saltan cuantos de energía. La paradoja –y el
misterio– es que las dos funcionan perfectamente bien.
Entonces, hay científicos en todo el mundo que trabajan para
alcanzar una síntesis entre estas dos teorías tan distintas. Este campo de la
física teórica se llama “gravedad cuántica” y es en el que trabaja Rovelli.
Dentro de esta área de estudio, la gravedad cuántica de bucles es la teoría que
está en disputa con la teoría de las cuerdas, que es otra forma de explicar el
mundo, dentro del campo de la gravedad cuántica.
Como si integrar una radio de lucha emblemática y fundar una
teoría que explica el mundo fuera poco, Rovelli un día escribió Siete breves
lecciones de física y se convirtió en best seller: sólo en Italia se vendieron
más de 400 mil ejemplares y ya se tradujo a más de 30 idiomas.
—Antes del libro, Rovelli ya era conocido, pero sólo en
círculos de interesados en ciencia y divulgación. Siete breves lecciones de
física ha sido un caso editorial único en Italia, porque inicialmente se
difundió con el boca-a-boca. Ahora es un personaje bastante famoso, ha ido
incluso a un show televisivo de entretenimiento: eso sí, con sus sandalias
puestas, algo muy propio de los físicos —cuenta el también doctor en física y
también italiano Michele Catanzaro, que sin embargo se dedica al periodismo en
Barcelona y entrevistó unas semanas atrás a Rovelli para el diario catalán El periódico.
En Siete breves lecciones de física, Rovelli dice que hay
obras maestras absolutas, como el Réquiem de Mozart, la Odisea, la Capilla
Sixtina, El rey Lear, la teoría de la relatividad general de Einstein. Y aunque
para poder captar todo su esplendor haya que realizar cierto aprendizaje, el
premio del esfuerzo sea sentir la emoción de la “pura belleza”.
The big bang theory
A pesar de que, dice, solo lee libro de autores “muertos
hace mucho”, también ve la sitcom “The big bang theory”.
—La teoría en la que yo trabajo, la gravedad cuántica de
bucles, es alternativa a la teoría de las cuerdas y en esta serie hay un
episodio donde hablan de esto. Uno de los protagonistas, Leonard, está con una
novia (Leslie) y se empiezan a pelear porque él sigue la teoría de las cuerdas
y ella la de bucles. La chica plantea en qué teoría van a educar a sus hijos y
Leonard propone dejarlos elegir cuando sean grandes. Pero ella se enoja y se
va.
Se ríe. Dice que la serie le encanta.
—Los científicos somos todos distintos, pero somos un
poquito así.
***
“Rovelli nos lleva a pensar en una escala diferente de la
vida cotidiana, sus explicaciones van de lo inmenso a lo minúsculo: de ese
modo, expande nuestra imaginación, como una buena novela, y nos da una nueva
perspectiva sobre nosotros mismos. Su exposición es clarísima y muy poética.
Tiene la capacidad de fascinar a la audiencia.”
Ana María Vara,
investigadora del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia José Babini,
EH-UNSAM.
“Carlo tiene una
destreza excepcional para destilar lo esencial de las nuevas teorías, cuyos
detalles técnicos son inaccesibles incluso a la mayoría de los científicos.
Difundir la ciencia es educar, y la educación es importante porque nos mejora
la mente, porque nos hace libres, porque marca el camino de una vida en mejor
armonía, entre nosotros y con la naturaleza. Y eso es está en el libro de
Carlo. Por eso lo recomiendo.”
Alberto Rojo, físico y
músico, profesor en la Universidad de Oakland (EE.UU.).
“En el caso de Carlo
Rovelli el Doctorado Honoris Causa es un gesto de reconocimiento como físico,
como escritor, a alguien que ha pensado en la necesidad de difundir. La ciencia
da instrumentos para comprender el mundo y Rovelli hace un encuentro entre
ciencia y literatura.”
Carlos Ruta, rector de
la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Suicidio
—¿El asunto del suicidio era un chiste o tiene un fondo de
realidad? —traduce el traductor.
—Tiene un fondo de realidad. Pienso dos cosas: no tiene nada
de malo suicidarse y vivir no es obligatorio. Si la vida es triste y no vale la
pena, yo siempre he pensado que el suicidio era una opción, una posibilidad. Y
cuando he pasado por un período de depresión fuerte, lo he pensado seriamente.
De todos modos, instintivamente hay un sentido de la vida muy fuerte. Soy
curioso y quiero saber qué sigue.
—¿Ahora es feliz?
—En la actualidad sí, pero no siempre fue así. Ahora sí
porque estoy enamorado. Para ser feliz se necesitan dos cosas: estar enamorado
y ser correspondido.
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