miércoles, 30 de diciembre de 2015

Todos listos para nadar



             Foto: Andre Gaetano.
“Un nadador en lo abierto
y el agua deja de ser incierta”
Alicia Genovese (Aguas).

Muchos artistas se sumergieron en la natación. Uno de los más conocidos fue John Cheever con su cuento El nadador (1964): Ned Merrill está pasando un día de verano en una fiesta pero decide volver a su casa nadando por todas las piletas del barrio. Luego Hollywood lo transformaría en una película protagonizada por Burt Lancaster. Otro norteamericano, F. Scott Fitzgerald, escribió bastante antes, en 1929, el cuento Los nadadores.

Más acá en tiempo y espacio, en el bello libro Aguas (2012), la poeta argentina Alicia Genovese escribe: nadar es hablar con la respiración”, celebrando a María Inés Mato, nuestra nadadora estrella contemporánea de aguas abiertas. Y Héctor Viel Temperley con su clásico poema “El nadador”: Mi cuerpo que se hunde / en transparentes ríos y va soltando en ellos / su aliento, lentamente, / dándoselo a aspirar / a la corriente. Y Juan Forn que en Nadar de noche (¿su mejor cuento?) hace decir a uno de los personajes que la muerte es “como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse”.


Crol se inscribe en esta tradición, pero de una forma lúdica, en una puesta que es un mix entre recital y teatro, con efectos visuales tan hermosos que dejan ganas de más. Es como dice el subtítulo: “Un pequeño homenaje a nadadores pioneros”. Pero en Crol, estos honores están reservados a los nadadores de aguas abiertas, de río (los de pileta son “deportistas”).

Los espectadores entran a la sala y buscan sus asientos. En el escenario, los típicos lockers de chapa gris, un banco largo, personas listas para salir a nadar: mallas, antiparras, gorras y también, distribuidos en ese vestuario, guitarra, órgano, batería y una radio vieja reproduce y loopea, con el mal sonido de antaño, instrucciones sobre cómo nadar: “los brazos se mueven de forma alternada”, entre otras indicaciones. Desde esa puesta inicial ya se instala un poco el absurdo (¿quién podría aprender a nadar escuchando instrucciones?) y cierta nostalgia por tiempos pasados. Y también, por sobre todo, el amor que Verónica Schneck –directora, actriz e intérprete de las canciones– transmite, y comparte, por la natación.

Después de la primera canción, un viejo equipo de diapositivas refleja sobre la chapa del armario del vestuario una historia sobre la natación. Los actores la relatan: empieza con “la caverna de los nadadores” (una cueva en Egipto con imágenes de arte rupestre de gente nadando), sigue por los etruscos, griegos y romanos hasta llegar a cómo los europeos les robaron el estilo “crol” a onas y yamanas. La historia es delirante pero cierta: en 1844 llevaron a indios americanos a competir en Londres, quienes nadando “crol frontal” les ganaron rápidamente a los ingleses, que sólo sabían la “braza” (pecho), un estilo mucho más lento.

El actor y músico Gonzalo Pastrana y tres integrantes de la Joven Guarrior (Andrés Fayó, Iván Tkachuk y Lautaro Pane) no sólo tocan los instrumentos, sino que junto a Schneck actúan e interpretan las canciones (rock, tango, folclore) que tienen unas letras muy ingeniosas.

Entre tema y tema, se van relatando las historias de esos nadadores pioneros que son, ante todo, aventureros, que arriesgaron su vida en cada proeza.

Así, podemos conocer a Lilian Gemma Harrinson, “la Reina del Plata”: la primera persona en cruzar a nado el Río de la Plata (“el más ancho del mundo”). El 19 de diciembre de 1923 partió de Colonia (Uruguay) y llegó a la playa argentina de Punta Colorada después de permanecer en el agua durante 24 horas y 19 minutos y haber recorrido 48 kilómetros. Ese mismo día fue recibida por el entonces presidente argentino, Marcelo T. de Alvear.

También a Pedro Candioti, “el Tiburón del Quillá”, que a los 46 años logró fama mundial al obtener en 1939 el récord de permanencia en aguas abiertas: 100 horas y 33 minutos (¡más de cuatro días!) que tardó en recorrer el trecho entre las ciudades de San Javier y Santa Fe.

Y a Teresa Plans, “la Sirena Corondina”, discípula del Tiburón del Quillá, esta vez a través del propio testimonio de la protagonista: que en 1952 se propuso unir a nado Santa Fe con Coronda. Mediante un audio, la “Sirena” de hoy cuenta que poco tiempo después de lanzarse a la aventura se desató una tempestad y la dieron por muerta, pero ella nadó, nadó y nadó hasta llegar a su pueblo natal. Aunque consiguió un récord que no sería superado en 10 años por ninguna otra mujer, su padre la obligó a abandonar la natación.

También hay un lugar para homenajear a Johnny Weissmüller, el Tarzán más famoso, ganador de cinco oros olímpicos. Aquí se lo recuerda rescatando el cuento La confesión de Johnny, de Carlos María Domínguez (otro de los escritores que se sumergió a nadar). El nadador de río Ramón Báez se deja ganar por su ídolo Tarzán, quien habría estado en Argentina contratado por Juan Domingo Perón para dar clases de natación en Rosario.

Un homenaje con pasión a la historia de los nadadores pioneros que dan ganas de tirarse al río a nadar.

Ficha técnico-artística
Autoría: Verónica Schneck
Actúan: Andrés Fayó, Lautaro Pane, Gonzalo Pastrana, Verónica Schneck, Iván Tkachuk
Músicos: Andrés Fayó, Lautaro Pane, Gonzalo Pastrana, Iván Tkachuk
Diseño de luces: Santiago Dinelli
Asesoramiento de vestuario: Gabriela A. Fernández
Asistencia de dirección: Pablo Cusenza
Colaboración artística: Juan Parodi
Dirección musical: Gonzalo Gamallo
Dirección: Verónica Schneck

Publicada el 3 de noviembre de 2015 en Comunidad Anfibia.

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